El pasado sábado, en el “Taller de planteros y reproducción vegetal” impartido por la empresa “FAGUS, Formación Agroambiental” y organizado por el Ayuntamiento de Monzón nos reunimos con los hortelanos que han asistido a los cursos de horticultura ecológica durante los últimos dieciocho meses.
Como toda actividad, la hortícola también tiene que estar planificada y si queremos comer ajos, acelgas, tomates, patatas… primero hay que plantarlos y, para eso, hay que hacer los planteros.
A priori, la actividad es sencilla: introducir las semillas de nuestros cultivos preferidos en unas bandejas de poliespán y esperar. La germinación y el crecimiento óptimo para el trasplante puede variar entre 20 y 60 días, dependiendo de la variedad, de la temperatura y la humedad. Por lo que la única dificultad reside en conocer las épocas de plantación y la temporalidad de nuestras hortalizas.
Aunque nos hayamos acostumbrado a tener accesibilidad a todo tipo de frutas y verduras en todos los supermercados durante todo el año; no, no se recolectan judías verdes en invierno. ¿De dónde vienen entonces? ¿Cómo pueden costar lo mismo que cuando nuestros campos están llenos de ellas? En resumen, el sistema económico y la globalización.
Esta aparente facilidad no resta importancia a la tarea, plantar nuestras propias semillas es vital para mantener la biodiversidad y nuestras variedades autóctonas. En la formación de las semillas se produce una combinación de material genético donde cada planta tendrá algo de papá y algo de mamá, lo que la convierte en algo ÚNICO.
Además, el sábado también realizamos clones de olivo, adelfa y diferentes plantas aromáticas utilizando técnicas de reproducción asexual. Es importante saber que cuando realizamos un esqueje, una estaquilla o un acodo, los individuos son iguales a la planta madre. Estos métodos son muy utilizados en viveros para ahorrar tiempo; sin embargo, ¿se puede renunciar a la variabilidad genética en los tiempos que corren?
Como mínimo, deberíamos tenerlo en cuenta dadas las circunstancias: sequías, olas de calor, heladas tardías… un «extraño” cóctel conocido como cambio climático, en el que la ADAPTACIÓN va a ser fundamental, incluso, para nuestros esquejes de olivo.